jueves, 12 de agosto de 2021

El Covid tampoco nos civiliza

 





Después de año y medio sin salir del barrio ayer quise romper el “secuestro” y me dirigí a coger el autobús, al llegar a la parada, el principio o el final de la línea V29, en Diagonal Mar, la conductora me hizo una señal indicándome si sacaba la rampa, asentí con la cabeza y cuando llegué ya estaba preparada para subir; vi un carro lleno de compra en la reserva para PMR. Al ver que nadie lo quitaba le pregunté a una mujer que había sentada si era suyo.

-Lo ha de poner allí- le dijo a un amigo que iba conmigo.

-¿Cómo dice?- le respondí, y seguí diciéndole que a mí nadie me tiene que poner en ningún sitio, yo me pongo donde quiero.

Ella siguió diciendo que  no quitaba nada, que me quedara allí en medio si quería.

La gente, la sociedad, esa que tanto nos defiende cuando estamos lejos, si, esa que estaba en el autobús no rechistó, en mi pueblo quien calla otorga. Sin querer me recodó un episodio de entre tantos que tuve antes del Covid19.

Subí al autobús y en la reserva había unas maletas, pregunté y nadie sabía nada, al cabo de diez o doce paradas apareció un hombre que venía de la parte trasera del autobús, o sea de bien lejos para no tener que quitarlas.

Le dije que aquel espacio no era para las maletas.

“Ya está el inválido amargado”- contestó.

El bulto, en forma de persona cogió las maletas y se bajó, aquel día la gente, la sociedad que tanto nos quiere tampoco dijo ni pio.

Volviendo al episodio último, aunque la gente no despegó el pico sabiendo que aquella mujer estaba dispuesta a que yo viajara de mala manera, hubo una persona que sí le recriminó su postura y le hizo quitar su compra desde su asiento, fue la conductora quien gritándole que yo tenía razón le hizo cambiarla de sitio y pude viajar como es debido.

Quiero dejar claro que las dos veces que ha intervenido el chófer ha sido una mujer.

Andres Hinarejos
12-08-21