Después de año y medio sin salir del barrio ayer quise romper el “secuestro” y me dirigí a coger el autobús, al llegar a la parada, el principio o el final de la línea V29, en Diagonal Mar, la conductora me hizo una señal indicándome si sacaba la rampa, asentí con la cabeza y cuando llegué ya estaba preparada para subir; vi un carro lleno de compra en la reserva para PMR. Al ver que nadie lo quitaba le pregunté a una mujer que había sentada si era suyo.
-Lo ha de poner allí- le dijo a un amigo que iba conmigo.
-¿Cómo dice?- le respondí, y seguí diciéndole que a mí nadie
me tiene que poner en ningún sitio, yo me pongo donde quiero.
Ella siguió diciendo que no quitaba nada, que me quedara allí en medio
si quería.
La gente, la sociedad, esa que tanto nos defiende cuando
estamos lejos, si, esa que estaba en el autobús no rechistó, en mi pueblo quien
calla otorga. Sin querer me recodó un episodio de entre tantos que tuve antes
del Covid19.
Subí al autobús y en la reserva había unas maletas, pregunté
y nadie sabía nada, al cabo de diez o doce paradas apareció un hombre que venía
de la parte trasera del autobús, o sea de bien lejos para no tener que
quitarlas.
Le dije que aquel espacio no era para las maletas.
“Ya está el inválido amargado”- contestó.
El bulto, en forma de persona cogió las maletas y se bajó,
aquel día la gente, la sociedad que tanto nos quiere tampoco dijo ni pio.
Volviendo al episodio último, aunque la gente no despegó el
pico sabiendo que aquella mujer estaba dispuesta a que yo viajara de mala
manera, hubo una persona que sí le recriminó su postura y le hizo quitar su
compra desde su asiento, fue la conductora quien gritándole que yo tenía razón
le hizo cambiarla de sitio y pude viajar como es debido.