Trabajando en la era.
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La casa de Cote y Pedro daba a la carretera, enfrente del cementerio y las eras de arriba, digo de arriba porque también estaban: las eras de abajo, la era de Antonio en la Venta y al lado la de los Matías, había otras dos allí cerca (que lo he dicho antes) al lado de la viña y del olivar, la era de Gabriel que estaba en el otro lado cerca de la vía. Porque en el pueblo había una vía también, pero bueno, solo estaba la caja, cuando yo vivía en el pueblo empezaron a trabajar en la vía de Utiel a Requena, aquí en el pueblo hicieron la estación muy bonita, toda nueva, pusieron las vías, la caja de la vía ya estaba hecha desde que mi padre era pequeño, entonces hicieron todo el trazado de la vía, los túneles y los puentes pero no había raíles. Nuestro juego era ir a la estación cuando ya estaban los raíles porque había unas vagonetas con las que nos chocábamos, nos subíamos en las vagonetas unos y empujábamos los otros para chocar una contra otra. Por cierto y siguiendo con la vía, yo me pegué un porrazo en uno de los choques que casi me mato, con la raja en la cabeza recuerdo que había un charco muy grande allí, en la explanada de la estación porque había llovido y al lavarme se puso todo el charco rojo de la sangre, Jesusín me acompañó corriendo al pueblo, él, más acojonado que yo y como era el hijo del “boticario”, de Jesús Quijano, nos fuimos a su casa y me curaron allí. No nos atrevíamos a decir dónde me lo había hecho porque teníamos prohibido ir a la estación aunque al final se enteraron todos. Me quedó una cicatriz que todavía tengo, pero bueno… Nos divertíamos jugando a todo: a las bolas, también a los culos que eran la parte metálica de los cartuchos, les quitábamos el cartón y los usábamos para jugar al saque, se ponían en un triángulo hecho con un palote en el suelo y con un tejo de hierro les tirabas y el que conseguías sacar te lo quedabas, ibas con la ristra en una cuerda, ponías un culo abajo con un nudo en la cuerda y los ibas poniendo uno encima del otro. Cuántos más ganabas más larga era la ristra, también los vendíamos, con las bolas hacíamos más o menos lo mismo.
Luego jugábamos otra temporada a los alfileres, el juego consistía en poner dos alfileres en una superficie plana, una piedra o el poyete de una ventana, uno le iba dando con el dedo y si se quedaba montado uno encima del otro te lo quedabas, las tiendas se quedaban sin alfileres con los ñacos comprándolos para jugar. Zompo es lo que llaman aquí La Baldufa, era también un juego divertido, hacíamos un círculo en el suelo con un palo y se tiraba el zompo, si no giraba dentro se quedaba ahí y los otros tenían que darle con los suyos para sacarlo, alguno le ponía un clavo del herrero con punta para romper el que se quedaba dentro y más de uno se partía y el dueño se quedaba sin él.
El rey de los juegos era “el apio”, un ñaco se agachaba con las manos en las rodillas y los demás saltaban por encima suyo sin poder pisar la línea de tierra de unos 3 cm. de alto que previamente habíamos hecho, empezaba con un pie a cada lado de la línea y se iba retirando de ella más o menos un palmo cada vez, había quien saltaba dos o tres metros. El corral de Clemente, que casi siempre estaba abierto y tenía bastante estiércol ya seco, hacía un poco de inclinación, era el espacio ideal para ese juego, porque ese estiércol evitaba que te hicieras daño si te caías.

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